De modesto tamaño, pero no por ello menos importante, el volumen Egyptian Decorative Art: A Course of Lectures, publicado en 1895, ocupa un lugar destacado entre los tesoros de la Sección de Libros Raros de la Biblioteca del ICCROM.
Encuadernado en una cubierta verde oscura, este libro de 128 páginas amarillentas, impregnadas con el evocador aroma de hojas de otoño del año pasado, recoge un ciclo de conferencias sobre la evolución de los variados motivos y elementos decorativos del Antiguo Egipto.
Su autor, Sir William Matthew Flinders Petrie, catedrático de Egiptología en el University College de Londres, ofrece un recorrido por el arte decorativo egipcio, subrayando el carácter marcadamente ornamental del diseño y el profundo interés de los antiguos egipcios por la forma y el dibujo.
Durante más de cuatro o cinco mil años, los antiguos egipcios conservaron el uso de imágenes, derivadas de su escritura pictográfica original, en lugar de adoptar sistemas más simplificados, como hicieron los chinos o los primeros babilonios. Esta forma artística, aunque sujeta a transformaciones a lo largo de los siglos, se mantuvo notablemente constante.
Flinders Petrie clasifica los principales elementos decorativos en cuatro divisiones, comenzando por las formas geométricas, los primeros ornamentos significativos en Egipto.
Uno de los ejemplos más sencillos y antiguos es la línea en zigzag, presente ya en las tumbas más antiguas datadas hacia el 4.000 a.C., reproducida de forma simétrica y repetitiva en dos trazos. Otro motivo clave es la espiral o rollo, cuyo origen se asocia al desarrollo del motivo del loto y se considera una representación simbólica del viaje del alma, siendo uno de los elementos más recurrentes del arte decorativo egipcio.
Las formas naturales -plumas, flores, plantas y animales- no se incorporaron ampliamente hasta épocas posteriores. Las plumas, por ejemplo, aparecen con frecuencia en los laterales de los tronos desde la dinastía XVIII (siglos XVI-XIII a.C.) hasta los últimos tiempos.
En cuanto a las flores, aunque su uso como ornamento pueda parecer bastante evidente, solo unas pocas especies fueron adoptadas con fines decorativos. El loto, de uso tan extendido que algunos lo consideran el origen de todo ornamento, fue seguido por otras flores comunes como el papiro, la margarita y el convólvulo, así como la vid y la palmera.
También se imitaban pictóricamente materiales como la madera y la piedra. El granito rojo, por ejemplo, se representaba con frecuencia en las puertas empotradas de las tumbas.
En cuanto a los animales, el íbice se convirtió en un motivo predilecto, aunque no se introdujo hasta la dinastía XVIII. Las aves también ocuparon un lugar importante en la ornamentación.
Las figuras humanas adquirieron un carácter decorativo con significado simbólico. Durante el Periodo del Imperio (siglos XVI-XI a.C.), se introdujeron representaciones de cautivos para enfatizar el poder del faraón, reflejando el gran cambio que experimentó el arte egipcio tras las campañas militares en Asia.
Algunos ornamentos surgieron inicialmente como respuesta directa a necesidades estructurales, tanto en edificios como en objetos. Un ejemplo temprano es el entramado de madera, que aparece representado de forma constante en las figuras de piedra de las puertas de las tumbas. Dicho elemento debió de haberse empleado originalmente como marco o reja de carpintería en los pórticos de las casas grandes, permitiendo la entrada de luz y aire mientras mantenía la puerta sujeta, lo que lo hacía especialmente adecuado para el clima. Así, el verdadero valor del ornamento estructural radica en su conservación como elemento decorativo, tiempo después de haber perdido su función estructural original. Esta persistencia remite a una época pasada y a unas condiciones que han desaparecido con el tiempo.
Muchos motivos recurrentes del arte egipcio también tenían un significado simbólico. La serpiente uraeus o cobra, en actitud amenazante, se convirtió en emblema del faraón, reflejo de la dignidad y el poder del animal.
El disco solar alado, presente desde los inicios del periodo monumental, podía expresar ideas similares: poder, vida y muerte, conservación y destrucción.
El escarabajo, aunque muy común como amuleto, tuvo un uso más limitado en contextos puramente decorativos o simbólicos.
A pesar de la riqueza simbólica del repertorio ornamental egipcio, el autor invita a no buscar significados ocultos en cada motivo –“no veamos un sentido oculto en cada flor”, advierte-, algo que considera una “costumbre extravagante de Europa”. Por ejemplo, señala que el loto no tenía necesariamente un significado sagrado, sino que su uso respondía, ante todo a criterios estéticos.
Escrito en un lenguaje sencillo, este volumen constituye una fuente de gran valor no solo para los egiptólogos, sino también para quienes deseen familiarizarse con los motivos decorativos del Antiguo Egipto. La obra demuestra cómo estas decoraciones reflejaban la vida cotidiana del pueblo egipcio en sus aspectos más prácticos, así como la forma en la que percibían el universo y el significado simbólico que le atribuían.
El compromiso del ICCROM con la conservación del arte egipcio se manifiesta tanto en la recopilación de materiales publicados y documentación relacionada, como estas hermosas conferencias, como en las actividades de conservación de monumentos egipcios que lleva a cabo desde la década de 1960. Esta labor sostenida a lo largo del tiempo ha dado lugar a una rica y valiosa colección de archivos, que incluye correspondencia, informes de misión, fotografías, material audiovisual y muestras. Un ejemplo destacado es la Colección de Muestras Mora, que alberga más de 75 muestras procedentes de más de 15 monumentos egipcios, entre ellos la Tumba de Nefertari, la Tumba de Tutankamón y los Templos de Abu Simbel.